viernes, 16 de marzo de 2012

¿Enfermer@s o monstruos?


La confianza permite jugar y amar.
Mi trabajo en específico, es con niños, niñas, adolescentes y adultos jóvenes, que acuden al hospital para recibir tratamientos contra diferentes diagnósticos de tipo oncológico y es aquí cuando he visto como los niños, sobretodo los más pequeños, lloran al ver los uniformes blancos porque para ellos ese uniforme es el sinónimo de puyas… de sangre… de maltrato… de lágrimas… de dolor. También hay quienes los tratan con cariño y respeto porque tienen un “buen ojo” para agarrar una vía al primer intento.



Quizás este título, no sea muy agradable para más de un@ enfermer@, pero hay situaciones que me obligan a preguntarme esto.

Toda persona que ha tenido alguna experiencia en un centro de salud sabe que a veces a quien más se ve y con quien más contacto se tiene, es con l@s enfermer@s. Muchas de estas veces, las experiencias no son nada, pero nada agradables. No vamos a decir que ell@s deben tener siempre una sonrisa en el rostro o tratarnos como si fuéramos sus grandes tesoros; pero debemos recibir un trato humano.


Cuento con la fortuna de estar rodeada por un personal médico y enfermero, para los cuales los pacientes son importantes y dignos de recibir buenos tratos; es por ello que me impresionó escuchar a una doctora quejarse de unas enfermeras que estaban en un turno diferente al mio y que al parecer no son del servicio. 

Una de ellas la buscó, en horas de la madrugada porque un paciente no paraba de llorar. La doctora va al cuarto de ese niño de 3 años de edad y lo revisa, se percata que no hay dolor ni nada “físico” que pudiera tenerlo alterado en ese momento, entonces pasa a preguntar a la mamá del niño que había sucedido y la mamá le responde que el niño estaba llorando porque cuando estaban tratando de tomarle una vía, no se dejaba, se movía y lloraba, entonces las enfermeras le dijeron que si no se callaba, le iban a puyar la lengua. La doctora estaba muy molesta, por lo menos así lo dejó ver cuando nos lo contó a las enfermeras regulares del servicio y a mí.

Esta situación me hace preguntar: ¿Qué pensaban estas enfermeras al decirle semejante cosa a ese niño? ¿Será que nunca han recibido una charla o alguna materia que los prepare para trabajar con los pacientes? ¿Deberán recibir apoyo psicológico? ¿Cómo pueden ser enfermeras? ¿Cómo pueden tratar a un ser humano así? ¿Qué se puede hacer para que estas situaciones no se repitan? Aspiro que estas preguntas puedan contar con respuestas positivas para los pacientes, sus acompañantes y para todos los que hacen vida dentro de los centros de salud.


Aquí esta paciente le explica a las enfermeras, como
debe tomarse una vía.
Afortunadamente no todas las personas que se desenvuelven en el área de enfermería, tienen esa actitud. Hay quienes ejercen esa labor con gran vocación de servicio. Constantemente escucho a los pacientes preguntar por algun@s enfermer@s, porque en un día se nota su ausencia. Mis enfermer@s tratan a los pacientes con amor, respeto, sonrisas y con la promesa de ayudarlos en la recuperación. Con mucho orgullo digo mis enfermeros, porque son excelentes y siento que deberían ser ejemplo al trabajar con los pacientes. Entonces ahora podría cambiar el título de este articulo y decir: Amorosos Enfermer@s y uno que otro monstruo con inyectadora!

¡Las mamás también tienen nombre!

Hace tiempo, cuando me estaba iniciando en este campo de la educación hospitalaria, tuve la oportunidad de compartir y escuchar las intervenciones de excelentes profesionales en el área y entre ellas hay una que me dejó una espinita…


A quiénes de las personas que tienen hijos han tenido la sensación de haber perdido su identidad? Cuántas Marías o Josés han dejado de ser llamados por sus nombres para responder al llamado de “la mamá de…” o “El papá de…”? Y si esta situación se presenta en un hospital, hasta pueden decir: “La mamá del paciente de la cama tal”!

A veces he hecho mención de esta situación con un poco de jocosidad (quizás característica muy venezolana), porque en más de una ocasión he dejado de ser Yelitza, para pasar a ser la mamá de Oscar David; pero porqué debe ser así? Creo que a ningún padre, sobretodo a las madres, nos avergüenza ese rol, pero no por el hecho de parir o criar a nuestros retoños perdemos la identidad.


Retomo el comienzo de este escrito, para decir que dentro de las tantas exposiciones que hubo en ese encuentro, la que hizo la profesora Mildred Gauzau, con el apoyo de la psicóloga Adelina Hernández, del Hospital J.M. de Los Ríos; hablaron de la pérdida de identidad de los padres dentro de los hospitales. Como que si no fuera suficiente lo que deben vivir en los centros de salud, también deben olvidar que tiene nombre propio? Todo niño o niña tiene derecho a tener un nombre propio desde el día de su nacimiento e incluso de su concepción, entonces por qué le vamos a quitar el nombre a los padres?


Lo cierto del caso, es que este año, en los días previos al “Día de las Madres”, decidimos no solo colocar el nombre del paciente en sus camas, sino también, el de su acompañante. Con esto, no sólo damos buen uso al nombre de los acompañantes, también abrimos espacios a la confianza y hasta al autoestima; podemos tener una comunicación más directa y efectiva.

Es interesante la reacción que tienen los padres a la hora de ser llamados por su nombre, demuestran que la cosa no es solo de los hijos, sino de vital interés para ellos.

En estos días, la “mamá” de uno de esos pacientes me dio las gracias, yo por supuesto no entendí porque lo hacía y le pregunté, entonces ella me respondió: me gusta que me llamen por mi nombre!