Este documento no llevará la
imagen de ningún paciente, sólo la que cada lector pueda crearse en su mente.
La letra del texto es verde, porque es el color de la esperanza. Las palabras
aquí plasmadas, serán referentes de una situación específica. De la persona que
escribo es una chica a la que tengo pocos días de conocer, pero con la que ya
me he enganchado. Aunque a nivel de posición profesional yo soy la Maestra, es
ella quien me está enseñando a mí. Sólo pensar en las cosas que quiero decir,
hacen que en mi garganta se forme un nudo inexplicable y que a mis ojos llegue
el momento de la lluvia.
No soy médico, de hecho, estoy
muy lejos de serlo, pero me he tenido que adaptar y conocer de algunas cosas de
las situaciones que se viven dentro de un ambiente hospitalario. Sé de
diagnósticos, sé de tratamientos, sé de estudios, sé de rostros… Algunas veces
me puedo jactar de lo que sé, pero en otras oportunidades he sentido que saber
puede dar miedo. Tengo poco más de 5 años de haber llegado al mundo de la
Pedagogía Hospitalaria y le agradezco a Dios de manera infinita esta
oportunidad porque he aprendido, disfrutado y vivido bastante. Hay quienes
dicen que debo tener corazón de hierro para soportar las situaciones que aquí
se viven, pero por el contrario, cada día aparecen nuevas emociones, es como si
los sentimientos evolucionaran. Puedo reír y llorar en el transcurso de 5
minutos sin necesidad de tener un trastorno de conducta.
Quizás es un tanto trillado
este pensamiento, pero que a una persona le digan que tiene cáncer significa
una mezcla de sentimientos negativos que van desde el dolor, hasta la ira,
pasando por el sentimiento de culpa. Seguimos buscando el por qué a esa
enfermedad y no lo conseguimos, porque no es posible que alguien merezca
semejante sufrimiento, pero cuando el cáncer lo padecen los niños, las
interrogantes aumentan al igual que el dolor.
No voy a describir la
enfermedad, pero si trataré de hablar de una palabra que para un paciente que
está fuera de tratamiento, significa algo superior a todo lo anterior y esa
palabra es RECAÍDA.
En el tiempo que tengo
trabajando con chicos que atraviesan la enfermedad he visto como algunos la
superan y otros no, como algunos de ellos recaen y la vuelven a superar y como
otros no o como algunos simplemente no recaen y quizás nunca recaerán; pero
nunca me había tocado una oportunidad como la que tengo ahora.
Hace pocos días me tocó
conocer a una chica genial, aunque todo el mundo me la describió como un ser
casi despreciable, incluso ella más de una vez me ha hablado de su mal carácter,
la percepción que tengo es totalmente diferente. No sé si le caí bien o si
tengo una especie de ángel para chicos con carácter “fuerte” y a estas alturas
puedo decir que han sido pocas veces he sido víctima del mal genio de muchos de
ellos. No sé qué hago, trato de ser lo más natural, incluso creo que a veces
les he tenido que halar las orejas (metafóricamente), para que agarren
“mínimo”. Esta chica me contó que con su llegada al hospital le había pedido a
una trabajadora que saliera de su habitación, porque no estaba de ánimo para
recibir a nadie Así me lo hizo saber una doctora y aunque la quería conocer, me
dio un poco de nervios el pensar con que me pudiera salir a mí, pero aun así me
fui a su habitación (casi que arriesgándome a que me lanzara un objeto
contundente en lo que me viera entrar), me presenté, presenté a mi compañera y
ella empezó a hablar y después a sonreír… Explicó el incidente de la mañana y
lo resumiré así: Estaba llegando al hospital, viendo la cama, acomodando todo y
pensando en las cosas que tengo que pasar otra vez; simplemente no estaba para
atender nada más.